A diario usamos objetos que pueden reciclarse, por ejemplo, los relacionados con los envases para alimentación: bolsas, briks, latas, films, botellas de vidrio, etc. Y la gran mayoría de los ciudadanos sabemos ya dónde tenemos que depositar cada material para que pueda tener una segunda vida. Pero hay otros objetos que también son cotidianos y que nos generan más dudas. ¿Qué hacemos, por ejemplo, con los colchones viejos?, ¿con esas gafas que ya no nos sirven porque nuestra graduación ha cambiado?, ¿y los medicamentos caducados y sus envases?, ¿o los teléfonos móviles que han quedado obsoletos?
Es imprescindible conocer dónde tenemos que desprendernos de, por ejemplo, objetos voluminosos como colchones o muebles rotos o en mal estado que ya no sirvan. Asimismo, debemos ser conscientes de que, aunque no todos, muchos productos corrientes pueden reaprovecharse. En ello radican los principios de la economía circular, un nuevo modelo de producción y consumo que se basa en extraer, producir, consumir, reutilizar y reciclar.
LOS COLCHONES, DE RESIDUO VOLUMINOSO A MATERIA PRIMA
Una vez que terminan su ciclo de vida útil, los colchones suelen acabar en vertederos, generando un problema medioambiental. Se trata de un residuo de gran tamaño compuesto por varios materiales distintos, como goma, espuma, acero y tela, que, si se reciclan de manera adecuada, pueden formar parte de nuevos colchones u otros productos. Para su aprovechamiento, los colchones necesitan un tratamiento especial que arranca en el momento en que decidimos deshacernos de ellos.
En países europeos como Alemania o Francia, la iniciativa privada ha impulsado proyectos para la recogida de colchones. En Berlín, por ejemplo, los ciudadanos pueden solicitar su retirada a través de un sencillo formulario web. Una vez retirados, los colchones se desmontan y se llevan a las plantas de reciclaje.
Por otro lado, en Francia, la organización Eco Mobilier se encarga de la recogida y el reciclaje de los muebles domésticos. En sus plantas, los colchones se desinfectan y se desmontan para luego clasificar los materiales según su naturaleza.
Actualmente, en España lo habitual es que los usuarios llevemos el colchón a un punto limpio y los servicios municipales se encarguen de su gestión. Otra posibilidad es que el colchón lo retire la empresa que suministra el nuevo y lo entregue a un gestor de residuos. Pero, hoy en día, las cifras de recuperación y posterior reciclado son aún muy bajas, aunque ya hay iniciativas en marcha que contribuirán a revertir la situación. Es el caso de la planta de reciclado químico de espuma de poliuretano, componente principal de los colchones y sofás, que Repsol pondrá en marcha en su complejo industrial de Puertollano.
Raquel Sánchez Magdaleno, gerente sénior de Asistencia Técnica de productos intermedios del Repsol, arroja luz sobre el proyecto, el primero de estas características en España: “La planta estará operativa previsiblemente a finales de este año. Está preparada para tratar unas 2.000 toneladas de poliuretano que, para dar una visión gráfica, supone la cantidad de este material presente en aproximadamente 200.000 colchones”.
La espuma de poliuretano de los colchones se considera un residuo voluminoso y difícil de reaprovechar, lo que ocasiona que sea uno de los materiales con la tasa de reciclado más baja. Tras el tratamiento se consiguen polioles circulares, componentes esenciales para la fabricación de nuevas espumas. El círculo se cierra y el colchón puede tener una segunda vida. El proceso evita el envío de este producto a los vertederos y se consigue así reducir su huella de carbono.
Progresar en materia de economía circular nos concierne a todos, tanto a ciudadanos como empresas privadas, que tienen la capacidad de buscar nuevas soluciones. “La innovación es clave para desarrollar tecnologías que nos permitan mejorar la recolección y separación de residuos, optimizar los transportes, limpiar los residuos para mejorar rendimientos…Se abre toda una ventana de oportunidades y modelos de negocio”, asegura Raquel Sánchez.
Además, las administraciones públicas pueden incentivar la creación de infraestructuras que faciliten la recogida selectiva de residuos y un modelo de industria sostenible a través de ayudas que promuevan el desarrollo de estas tecnologías. En este sentido, el pasado 8 de marzo el Gobierno aprobaba el PERTE de Economía Circular para “acelerar la transición hacia un sistema productivo más eficiente y sostenible en el uso de materias primas”, un proyecto con ayudas de 492 millones de euros para “alargar el ciclo de vida útil de bienes y productos”.